El premio Nóbel de Literatura Gabriel García Marquez en uno de sus viajes a Japón por el año 1990, decide comprar un bonsai y regalárselo a su amigo, Felipe González, quien era en ese entonces presidente de España y de quien ya se conocía su pasión por el arte.
Era una linda zelkova pero nada especial comprada en un almacén de Tokio.
Por supuesto que a Felipe González le había gustado mucho, sobre todo por la amistad que sentía hacia García Márquez.
Era un árbol pequeño, tipo shohin, es decir inferior a los 25 centímetros de altura, pero parece que García Márquez demostró mucha sensibilidad siendo una persona ajena a ese arte.
Era un árbol pequeño, tipo shohin, es decir inferior a los 25 centímetros de altura, pero parece que García Márquez demostró mucha sensibilidad siendo una persona ajena a ese arte.
Eligió un ejemplar que no respondía a la idea habitual que tiene cualquier occidental del bonsái.
La zelkova es una especie caducifolia que habita de manera natural en el Cáucaso, en Creta y en el este de Asia.
Pertenece a la familia de las ulmáceas, pero se diferencian de los olmos en la forma de sus frutos, sin alas o samaras.
Además, las flores masculinas y las femeninas se dan en pies diferentes, por lo que se define como una especie dioica.
El regalado es el de la foto superior, un árbol en forma de escoba, es decir que de un tronco brotan varias ramas, pues su follaje recuerda la forma de una escoba invertida.
Este estilo, conocido en japonés como “hokidachi”, busca imitar la forma de las zelkovas en su estado natural, creciendo con su copa redondeada.
En el año de 1990 García Márquez viajó a Japón para encontrarse con el director de cine Akira Kurosawa, quien en ese momento trabajaba en el rodaje de "Los sueños", y ver la posibilidad de llevar a la pantalla grande la historia de "El otoño del patriarca", ambientada en el Japón medieval, un proyecto que no se pudo hacer.
La zelkova estuvo expuesta en los jardines del Palacio de la Moncloa.
Felipe González se la llevó a su casa cuando dejó de ser presidente del Gobierno, pero al final se la entrego a Vallejo diciendo que le cod¿staba mucho atender sus árboles.
Y desde entonces está expuesta en el Museo de Alcobendas, y González la visita de vez en cuando recordando el regalo que le hizo su amigo Gabo.
Hoy es un bellísimo ejemplar que conserva la magia que encierran los árboles caducifolios, en especial en invierno, con sus ramas desnudas.
García Márquez compró un árbol de una manera muy casual, pero la elección estuvo muy bien hecha, y hoy es una de las joyas de la colección de bonsáis del Museo de Alcobendas.
Fernando Gatto
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